viernes, 28 de abril de 2017
ADIOS, DELFÍN FARÉS
MIRADA INTERIOR
Por: Isaias Alanís
Nunca había conocido a un delfín fuera del agua hasta que América del Río me lo presentó y me dijo: “por qué no entrevistas al Delfín Fares para la revista La Nao”. Publicación que le hice por tres años al ayuntamiento de Acapulco.
América me concertó la cita, el pretexto, que me entregara un texto escrito con sus aletas de tierra.
Nos encontramos en el viejo Sanborns del centro de Acapulco, teniendo como anfitrión a Manuel Añorve López y su blancura que desparramaba al hablar con su acento costachiquense.
De inmediato entramos al agua de su imaginación y nadamos en las profundidades de su sensibilidad. Me maravilló su capacidad histriónica y su preocupación por la bahía de Santa Lucía a la que conocía mejor que a sus cientos de fans y alumnas de buceo.
Preocupado por la ecología marina, me dijo: “por la revolución industrial, los ingleses contaminaron Londres, se tardaron doscientos años en limpiar y crear hermosos jardines y parques en lo que fue una ciudad cubierta de hollín de las máquinas, ¿a poco somos pendejos los acapulqueños que no podamos limpiar la bahía en diez años o menos”?
Delfín Farés es un ser de agua. El andrógino divino de la cábala. Un ser hecho no para caminar ni volar, sino para nadar y un acapulqueño excepcional.
Esta suposición inicial antes de conocerlo, quedó comprobada cuando me dijo: “no le pongas ni nombre al artículo, yo soy el Delfín Farés".
Y desde entonces Delfín Farés se me quedó guardado en la selva sublunar del fondo de los mares de la memoria.
El enorme cetáceo de inmediato me prometió cientos de fotos submarinas, buceando en la bahía de Acapulco. Enseñando a mujeres, niños y hombres los misterios de cómo adaptarse a la presión del agua, a las corrientes y al mar. Él no tenía ningún problema, al fin delfín.
En la tercera o cuarta vez en que tomamos café escuchando la conversación de Manuel Añorve López sobre la verdad de los tonos y chaneques, no le perdía de vista y efectivamente Farés del Río era un delfín. Oído agudo, capaz de escuchar ondas muy especiales que circulan en el agua y el cielo. Al hablar sus aletas de hombre reman y dictan verbos oceánicos.
Imposible detenerlo una vez que su piel lisa le permite desplazarse a gran velocidad cubriendo grandes distancias. Ah pero su solidaria forma de ver la vida, de compartirla, de vivirla, porque los delfines ayudan a su familia, a sus hijos, incluso a los moribundo, cuando ya no pueden remontarse a la superficie, los delfines primos de Farés, los empujan para que puedan respirar. Ayudan en el parto a sus hembras y a pescar a los humanos. Estas cualidades y las que me guardo en el tintero, me orilló a pensar en algo seguramente imposible ¿por qué había nacido hombre y no delfín como Farés del Río?
Tuvimos cuando mucho diez encuentros, siempre rodeado de Manuel Añorve López y los invitados a la mesa del Sanborns, a quién en presencia de los asistentes a la charla, cuando me dirigía a él, le tenía que decir “tío”. Aunque en realidad don Manuel fue tío de mi mujer Gela Manzano muy conocida en Acapulco, actualmente académica especializada en poesía mística.
La mañana en que Delfín Farés me entregó su cuento, porque quiero aclarar que se trata de una epopeya y cuya trama, por supuesto, transcurre en el mar, también me llevó una caja con cientos de fotos.
Delfín limpiando la Reyna de los Mares, Delfín buceando en las profundidades de la bahía de Acapulco, Delfín entrenando a seres humanos a adaptarse al agua. Delfín mostrando las rocas de las honduras; Delfín rodeado de hermosísimas mujeres.
Hoy ese recuerdo se me atora en la garganta al saber la noticia de tu muerte, como el día en que por un compromiso no asistí a mi primera clase de buceo y nada menos que con un delfín que habla el mismo lenguaje humano que yo, aunque a diferencia de mi naturaleza, Delfín Farés es un pez de la familia de los cetáceos, primo de los zífidos, narvales y las orcas.
Querido Delfín, espero que te encuentres bien con tu corona de espumas y tu respiración de agua subterránea. Y como a Alfonsina, fosforescentes caballos marinos te hagan una ronda y te lleven entre las ondas oceánicas a tu verdadera morada, el fondo del mar.
Adiós Delfín Farés, en las profundidades marinas nos hemos de encontrar, aunque solo sea una invención como las que nos contaba don Manuel sobre tonos y chaneques, pero que disfrutábamos como la sublime y genuina verdad.
xxx Trasfondo informativo. www.facebook.com/trasfondoinformativo
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